DIARIO DE UN PERDEDOR: CONCURSOS LITERARIOS

Me he presentado a muy poquitos concursos. Creo que quedé segundo en uno hace más años de los que mis células grises quieren retener. Desde entonces, aunque me lo he planteado alguna vez, he cejado en mi intentado al siguiente segundo.

¿Están los concursos literarios tongados?

En mi humilde opinión, sí.

Puede que no todos. A lo mejor los pequeños no. Pero los grandes o los que tengan una editorial detrás ofreciendo dinero y publicación, sí. Y esto tiene una explicación.

En más de una ocasión he conocido a los organizadores de los concursos o a personas dentro o incluso a parte del jurado. Ellos mismos son los que me aconsejaron no presentarme porque el premio “ya estaba dado”.

No soy de los que se ofenden por estas cosas. Como ya he comentado en ocasiones anteriores, entiendo que este mundillo no es un crisol de artistas que aspiran a mejorar el mundo con sus obras. Somos una panda de trabajadores que queremos hacer negocio con nuestro trabajo y cobrar por ello, al igual que las editoriales.

Esto hace que las editoriales, cuando se plantean crear un concurso, en realidad, lo que tienen en mente es un evento publicitario que les da visibilidad. ¿Por qué pufar los concursos, entonces?

La respuesta ha sido la misma siempre que lo he preguntado a las distintas editoriales: Porque no podemos arriesgarnos a dar como ganador a alguien desconocido y que nadie lo compre.

Así que se llama a un escritor famoso, se le dice que presente su próxima novela con pseudónimo y ¡Oh, sorpresa! Gana. De esa manera se consiguen varios objetivos que benefician tanto a la editorial como al escritor. Por un lado, se demuestra la capacidad de la editorial para elegir buenas obras a “cata ciega”; por otro lado, se demuestra que el autor famoso escribe bien porque destaca por encima de todos los demás incluso cuando “su nombre no es revelado al jurado” y todo ello redunda en una simple campaña de publicidad que asegura que el siguiente libro se vende con la seguridad de un nombre fuerte que ya demostró vender anteriormente.

Básicamente es como echar la quiniela a un Real Madrid vs Logroñés y marcar el 1. Es la opción más lógica si quieres ganar.

Pero el Logroñés ha ganado al Real Madrid alguna vez, me diréis.

Sí, es cierto, pero si lo hace, será más por suerte que por talento.

Y ahí radica toda la moraleja de este texto.

Es una cuestión de suerte. O del boca a boca. O … no lo sé en realidad.

Mirad Harry Potter, cómo fue rechazado decenas de veces por decenas de editoriales. O Canción de Hielo y Fuego, que hasta que la comunidad friki no la alzó al olimpo de las novelas pasaba por la vida sin pena ni gloria.

Bueno, pues si es cuestión de suerte o lotería, entonces ya sabéis el truco. Es cuestión de estadística. Cuantos más números compres, más aumenta la posibilidad de ganar el premio gordo.

En mi caso, la compra de números se traduce en novelas escritas. Sigo escribiendo la siguiente, aunque no triunfe con la primera, o la segunda, o la tercera… A lo mejor, algún día, me toca la lotería. Otra opción sería echar a todas las editoriales. Todas. Y cuando te digan que no. Volver a echarla, porque la persona que las recibe, puede que ni se la leyese cuando la recibió o puede que haya cambiado de trabajo y ahora la reciba alguien a quien sí le gusta.

A mí no me ha funcionado, como bien sabéis, pero tampoco me ha tocado el euromillón y sigo comprándolo de vez en cuando por si acaso cae.

Y, como siempre, el enlace a mis novelas:

AMAZÓN

https://www.amazon.es/Libros-Daniel-Ortiz-Am%C3%A9zaga/s?rh=n%3A599364031%2Cp_27%3ADaniel+Ortiz+Am%C3%A9zaga

Y aquí el enlace a Lektu:

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DIARIO DE UN PERDEDOR: PUBLICIDAD

Creo que ya lo he mencionado en alguna parte anteriormente, pero es un fundamento esencial en la publicidad el repetir, repetir y, ¿he dicho repetir?, pues eso, repetir el mensaje para que cale y sea efectiva.

Si bien esta es una serie de ejemplos de qué he hecho y no me ha funcionado, en el caso de la publicidad es uno de los pocos ejemplos que SÍ me han funcionado. Cada vez que la he utilizado me ha ido bien y he vendido “algo”.

Con Luzius me dediqué a hacer presentaciones, a publicar en el psot y en el Facebook prácticamente cada dos días y con cada publicación siempre había quién miraba de qué iba la cosa y alguna novela era vendida.

Ahora bien, la simple repetición no vale. Solo es parte de ella. Y si se abusa de ella obtienes el efecto contrario. La publicidad debe ser también informativa y evocativa. Y en un mundo como es el de la literatura, donde todo está ya inventado, debe buscar el objetivo de la diferenciación. ¿Qué hace a tu libro de magos adolescentes diferente de Harry Potter, por ejemplo?

Una vez das la información sobre qué tiene tu novela que puede interesar a los lectores, tienes que buscar la forma de llamar su atención.  Mi elección ha sido, casi siempre, el humor, juegos de palabras, referencias a clásicos de los 80, un poco de provocación.  Mi favorita fue la que utilicé con Luzius.

Para los que no sepáis de qué va:

Luzius es la historia de un perdedor que decide suicidarse. Pero cuando se tira desde lo alto de un edificio y su cuerpo choca contra el suelo no le pasa nada. Es entonces cuando La Muerte (que es en realidad John Cleese de los Monty Pythons) se acerca a él y le dice:


MUERTE:

Luzius, tenemos que hablar.

LUZIUS:

¿No debería estar muerto?

MUERTE:
Te juro que es la primera vez que me pasa.

A partir de entonces todos los deseos de Luzius se harán realidad. Todos, menos uno, morir.

La novela trata sobre el viaje de Luzius para descubrir por qué le ha pasado lo que le ha pasado mientras personajes rivales intentarán… bueno, comprad la novela y lo sabréis.

La cuestión es que durante todo el libro soy bastante irreverente y con un sentido del humor bastante oscuro. Así que cuando mi madre, mi padre e incluso mi abuelo se la leyeron antes que nadie, estos fueron sus comentarios:

MADRE: “Yo no te he educado para escribir cosas así.”

PADRE: “Hijo, ¿no puedes escribir cosas normales como el resto del mundo?”

ABUELO: “Nieto, tu novela es una mierda.”

Tras estos tres empujones a mi moral tomé la decisión de hacer la siguiente campaña. Al estilo de las contraportadas de los libros o de los trailers de películas donde ponen las opiniones “siempre positivas” de los periódicos famosos, yo hice lo contrario.

A bombo y platillo coloqué los comentarios de mi familia, sustituyendo “Washington Post” por “Mi madre”, “New York Times” por “Mi padre” y “The Vatican Gazzete” por “Mi abuelo”. Y el eslogan fue tan sencillo como:

“LUZIUS. La novela que no le gustará a tu familia.”

La semana que colgué la campaña en Facebook y el blog casi llegué a pensar que podría dedicarme a escribir profesionalmente.

Y ahora sigo el mismo proceso:

  1. Os he dado información.
  2. He sido evocativo
  3. He repetido la misma campaña de manera indirecta.

Veamos si surte efecto.

Pero, si este “blog” es sobre lo que no me ha funcionado, por qué os explico lo que sí me funcionó.

Sencillo. Porque me cansé y dejé de hacer publicidad. Y eso es lo que no me ha funcionado.
Sí, a día de hoy todavía vendo algún Luzius de vez en cuando, incluso sin publicidad (es así de buena). Pero se nota enormemente.

Así que si queréis “NO” seguir mis pasos, seguid haciendo publicidad… constaaaaaantemente.

Y, como siempre, el enlace a mis novelas:

AMAZÓN

https://www.amazon.es/Libros-Daniel-Ortiz-Am%C3%A9zaga/s?rh=n%3A599364031%2Cp_27%3ADaniel+Ortiz+Am%C3%A9zaga

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DIARIO DE UN PERDEDOR: LA INVERSIÓN EN UNO MISMO

Siempre he tenido una ferviente convicción de que uno nunca debe invertir dinero en sí mismo.

Algún amigo diría que es porque soy un rácano de libro y, ¿saben qué? Puede que no les falte razón. Pero mi motivación es distinta a tener mi propia piscina de monedas de oro. La razón es más sencilla.

Es cierto que siempre hay que creer en el proyecto que uno mismo ha levantado. Y hay que apostar por él. No obstante, en cuestión monetaria, creo que es peligroso que el propio autor ponga de su cartera dinero para su éxito. Porque entraña un componente sentimental que hace que esté más dispuesto a que la apuesta sea más alta. La ilusión de ver una obra completa y en las estanterías y escaparates, de verla triunfar como quien ve a su hijo ganar un partido del colegio y ya lo imagina en el podio de las olimpiadas, hace que el autor sea más Quijote que Sancho en su propia historia. Y todos sabemos que don Alonso tendía a tergiversar la realidad a su antojo.    

Es por eso que creo que el autor ya ha aportado su parte, que no es poca. Ha escrito una obra completa. Y quien crea que es fácil, le reto a que junte 150 páginas de letras, palabras y espacios con un poco de sentido y concierto. No 350 como hice en Luzius, o 500 como en Cuestión de Fe, no. Me conformo con que escriba 120. Una historia breve y original. Y después que venga a contarme si es fácil.

La parte económica debería venir entonces por parte de una editorial. Ellos son los que, además, tienen la infraestructura y el conocimiento, los contactos y los medios. Tú pones el arte, ellos el dinero. Y por eso ellos luego se llevan el porcentaje más alto. Pero en el fondo es un intercambio justo, porque es una manera de reconocer tu obra y tu trabajo. Ellos apuestan por ti, porque piensan que van a hacer dinero con lo que tú has escrito. Ellos van a mirar la historia con ese objetivo en el punto de mira, con mente fría y calculadora. A ellos les importa poco que tú creas que eres el nuevo Prattchet ellos quieren la piscina de monedas de oro. En el fondo, igual que tú. Pero ellos no se ven cegados por la parte romántica de ver su criatura nacer, crecer, reproducirse, aprender idiomas y distribuirse cuanto más mejor por el mundo. Para ellos, tu obra es una más en la maquinaria de hacer monedas.

Y así debe ser.

Ahora bien. Como en todos mis escritos anteriores, recordad que yo sigo en un trabajo que aborrezco porque todavía no puedo vivir de mis escritos. Así que a puede que mi postura sea equivocada e invertir sea una buena idea después de todo.

Y antes de despedirme dejando los enlaces a mis novelas, una aclaración.

Invertir en uno mismo no significa no pagar a portadistas o correctores. Igual que vosotros queréis reconocimiento “económico” por vuestro trabajo, ellos prestan un servicio que debe ser remunerado. Hay que ser coherente.

Y, como siempre, el enlace a mis novelas:

AMAZÓN

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DIARIO DE UN PERDEDOR: AUTOPUBLICACIÓN

Autopublicar o no autopublicar. Esa es la cuestión.

Yo he sido publicado por una editorial pequeñita y estupenda y me he autopublicado en Createspace y Lektu, por ejemplo.

¿Ha funcionado?

Evidentemente no, o no estaría escribiendo todo esto.

Pero, ¿por qué no ha funcionado?

En mi humilde opinión, por falta de exposición. Esto es algo que he comentado muchas otras veces en otros artículos de opinión sobre la autopublicación e incluso en unas charlas que di en Madrid. El problema de la autopublicación es que, en el caso de plataformas como Amazon, por ejemplo, lo que realmente haces es coger tu novela y colocarla en la estantería de la librearía. Ojo, que he dicho estantería, no expositor. Básicamente, tu novela es un ladrillo más en la Gran Muralla China.

Puede que tu novela sea maravillosa, pero nadie sabe que está ahí. Ahí no acaba el problema. Imaginemos que alguien está en una librería buscando algo que leer. Imaginemos que, por casualidad, sacando “ladrillos” de la estantería se encuentra con tu novela. Le echa un vistazo. Primero portada. Después contraportada. Lee la sinopsis que has escrito. Medio le interesa el tema. Mira tu nombre en la portada de nuevo. “¿Quién será este tío?”, piensa automáticamente. Solo por curiosidad mira el precio, que es lógicamente más bajo que el de una de las grandes novelas del escaparate. Y decide que 10 o 15 euros son demasiados para una novela de alguien de quién no has oído hablar en tu vida, por lo que se gasta 24 euros en la última de Kenn Follet “Los pilares de la tierra 2: Ahora con arbotantes”.

Las editoriales son ese “sello de calidad” que dan confianza al comprador. La lógica es aplastante, si una empresa ha gastado tanto dinero en producir y distribuir esa novela es que tiene que ser buena (o por lo menos con un mínimo de calidad). Es por eso que las editoriales tradicionales son siempre una mejor opción que la autopublicación. Son el establishment. Puede que arcaico, casi obsoleto para el nuevo mundo tecnológico, pero con una estructura y un acceso a ese escaparate que tanto necesitamos los autores que se nos hace prácticamente indispensable.

Oirás a Stephen King, a Neil Gaiman o cualquier autor de éxito que lo intentes, que lo sigas intentando, que a ellos les rechazaron 32 editoriales antes de triunfar y vivir en el Olimpo literario donde cada copia vendida suena como una máquina registradora de dibujos animados. Y esto te lo dicen porque a ellos les funcionó.

Cuando ellos lo dicen, lo cuentan con una pasión nostálgica y romántica. Son contadores de historias, así que su camino al éxito es otra muesca en sus pistolas. Otra lucha del héroe talentoso que peleó contra los gigantes y cuyo golpe de honda dio en el clavo finalmente. El esfuerzo tiene recompensa. El sacrificio merece la pena. Y el tesoro está al final del arcoíris. Sí, sí. Muy bonito.

Pero yo saco otra lección de sus experiencias. Una lección más cínica que va más con mi estilo de escritura. Que resume, en mi opinión, mucho mejor la lógica de toda esa narración épica de éxito profesional.

Si autores de éxito como J. K. Rowling, Stephen King, etc… estuvieron al borde de la derrota. Si más de 30 editoriales no consideraron a estos genios dignos de ser publicados, ahí no hay epicidad alguna. Lo único que hay es aleatoriedad, suerte y, mi favorita, cabezonería, lo que alguien con una voz más romántica y pasional denominaría tenacidad. Pero a mí me gusta lo mundano y prefiero la cabezonería. Porque la tenacidad implica fuerza de espíritu, entereza, una especie de vocación mesiánica que da un conocimiento infundado de destino personal. La cabezonería es más real. Es más humana. Es más estúpida. Porque implica el no saber cuándo parar. Exige esa desesperación de querer lo que no se puede tener y aun así no parar en su empeño. Y el ser humano es más cabezota que tenaz. Yo soy más cabezota que tenaz. Y eso es lo que creo que hace a un escritor seguir escribiendo y seguir intentándolo. No es la fe en uno mismo, sino su estupidez en no saber cuándo parar. Y, de esa manera, por una cuestión de probabilidad, pero no de auténtico talento, aumenta el porcentaje de éxito. No es poético, no es romántico, pero es real. Tienes más probabilidades de ganar la lotería si compras muchos números que si solo apuestas a uno.

Autopublicar o no autopublicar… no sé la respuesta.

La lógica te indica que sin el apoyo de una empresa (editorial) detrás que te ayude a estar en el escaparate, la autopublicación es prácticamente inútil. Si fuese tenaz e inteligente seguiría intentando que me publicase una editorial. Pero ya os lo he dicho, soy cabezota y no sé cuándo o cómo parar. Y sigo comprando tantos boletos como puedo.

Y, como siempre, el enlace a mis novelas:

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Diario de un perdedor: Redes Sociales

No se me escapa la ironía de que estoy usando una red social para transmitir esta información y que mi opinión sobre las redes sociales es negativa.

No me gustan. Me aburren soberanamente. Y, personalmente, solo las utilizo mayoritariamente para intentar promocionar mis libros. Y, ahí podéis ver ya el error y el tema del día.

Con mi novela Luzius hice muchísima publicidad a través de Internet. Básicamente en un blog. Facebook era lo más por aquel entonces, y básicamente la gente que me veía era la misma que ya conozco. Pero la cosa ha cambiado mucho. Y, me temo, que yo no he cambiado con los tiempos.

Ahora parece imprescindible que te hagas youtuber o instagramer o tiktoer o vete tú a saber qué más hay hoy día.

Para mí, la idea de hacerte youtuber para hablar de tus libros es simplemente absurda. Quiero que me lean, no que me vean y me oigan. Además, quiero que lean mis historias, no mis opiniones. Sin, embargo, parece ser que el público está más interesado en la persona que escribe libros que en los libros en sí.

Promocionar libros en Twitter, una plataforma que, de por sí, está diseñada para que se escriba lo mínimo, es paradójico y realmente extraño.

Hacerlo en youtube que es un canal de video es conjurar el “Video killed the radio star” en versión literaria. ¿Y qué puedes decir en un canal de youtube para vender tu novela? Posiblemente muchas cosas. Ninguna que se me ocurra a mí. Pero, ¿no es de por sí un poco raro?

Instagram casi ni lo conozco, pero ¿no es solo para imágenes? Leñe. Aún reducimos más al absurdo el decirle a alguien que se apunta a una red social donde ni siquiera tienen que leer que compre tu novela y se dedique precisamente a eso… leer.

Sin embargo, funciona. Jóvenes autores son youtubers. Hablan de los trending topics, de lo que la gente quiere oír, de lo que creen que a sus lectores les interesa oír (posiblemente a ellos también les interesa, no me voy a poner cínico ahora).

Yo, no tengo espíritu para ello.

Os contaré una experiencia que ocurrió cuando presenté mi novela Othan en un festival de Madrid.

Era una especie de rueda de preguntas de unos 6 autores. Todos nosotros relativamente noveles. Todos ellos jovencitos a excepción de este incipiente canoso.

Las preguntas del público fueron las típicas, la más común:

“¿Por qué escribes?” o “¿Por qué decidiste dedicarte a la escritura?”, etc.

Todos los autores venían a decir lo mismo con distintas palabras:

“Escribo para mí, porque lo necesito. Es algo que llevo dentro.”, “Es como los tiburones que necesitan moverse constantemente para respirar porque si no se mueren. Yo necesito escribir.”, “Es mi pasión y es la sangre que fluye por mis venas y me da fuerzas para seguir.”, y toda una sarta de topicazos que cualquier persona espera oír.

Yo era el último de todos en contestar y cuando me dijeron: “La misma pregunta para usted” simplemente contesté:

“Yo escribo por dinero.”

Todos mis compañeros de mesa se desternillaron. E incluso hubo alguien que se atrevió a decir: “Pues ya puedes pensar en dedicarte a otra cosa.”

Esto es lo que contesté:

“De acuerdo. Vamos a matizar. Yo escribo por las mismas razones que todos mis compañeros autores han dicho. La prueba es que he escrito varias novelas, he fracasado con todas ellas. Y, sin embargo, aquí estoy con un nuevo libro intentándolo.

Ahora bien.

Una editorial ha apostado por mí y por mi historia. Y como quiero dedicarme a esto de manera profesional, necesito que compren mi libro para poder vivir de ello. Mis compañeros dicen escribir para ellos mismos. Yo escribo para que me compren. Así que, visto lo visto y oído lo oído, no compren sus libros y compren el mío. Muchas gracias”

Aparte de mis ocurrencias, lo interesante vino después, cuando muchas personas del público, tras terminar la ronda de preguntas se acercaron a mí para decirme que agradecían que alguien dijese claramente que lo que quería era vender y ganar dinero y que después de oírme hablar comprarían mi novela.

Este hecho me llamó mucho la atención, porque no llegué a hablar de mi novela. Pero es que, si te paras a pensar, ¿qué puedes contar de una novela? Básicamente, todas las historias están ya contadas.

Toda esta experiencia me reafirmó en la idea que ya comenté inicialmente. Que los autores somos “putas” (perdón por la expresión) y que para vender nuestras novelas tenemos que vendernos nosotros mismos. Si escribo comedia y en una entrevista hago reír, el público pensará: “Este chico es gracioso, ergo, sus novelas deben de serlo también.”

Pero para que esto ocurra, el autor debe estar permanentemente visible y haciendo promoción. Y, eso, amigos míos es mucho pedir, sobre todo, para un viejo gruñón como yo.

Lección de hoy:

Youtube, Instagram, Twitter, Facebook… cualquier cosa vale para que seáis visibles.

Para vender un producto, este tiene que estar en el escaparate y en la estantería. Y el producto, hoy por hoy, eres tú.

Y, como siempre, el enlace a mis novelas:

AMAZÓN

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Diario de un perdedor: Qué escribir

Aquí voy a ser un poco contradictorio conmigo mismo y lo que escribí anteriormente.

Cuando se trata de qué escribir, jamás recomendaré escribir lo que la gente quiere. Aquí creo fervientemente que hay que ser sincero hasta la médula a uno mismo.

Escribe lo que a ti te gusta. Copia a los autores que te apasionan. Escribe con el corazón y en lo que crees con fe pura. Solo así podrás contar una historia que realmente pueda transmitir algo. Si tú no crees en tu historia, aún menos creerán en ella tus lectores. En este tema, la sinceridad no es que sea necesaria, sino condición sine qua non.

Dicho esto, no existe contradicción entre escribir lo que a ti te gusta y escribir para un público concreto. Ten en cuenta que siempre estás escribiendo para alguien.

Pero como esta historia se llama “diario de un perdedor” y es básicamente una guía de lo que yo he hecho y no me ha funcionado, pues aquí va mi experiencia.

Yo siempre he escrito para el público, pero lo he hecho escribiendo lo que a mí me gustaba. Es decir, realidad absurda y fantasía y ciencia ficción. Utilicé a Terry Prattchet, Neil Gaiman, Douglas Adams, Arthur C. Clarke para mis novelas. Los leí y releí hasta que escribía, casi sin querer, parecido a ellos.

Nunca me he preocupado por personajes inclusivos. Así que no encontraréis en mis historias personajes homosexuales, de género fluido (que me suena a alien de Star trek), blancos, negros, amarillos, de una religión u otra. No descarto utilizarlos nunca, pero solo cuando sirven a una trama. Por lo demás, las cuotas de un sexo concreto, su religión, su ideología política, edad o gustos al vestir me la ha traído siempre al pairo.

Sin embargo, sí que he visto recientemente mucha insistencia en estos asuntos en muchos artistas. Y, por supuesto, opiniones de todos los colores y gustos. Pero, el que quiere vender, siempre esta pro… pro… absolutamente pro todo. No puede jugársela a que haya un sur-coreano adoptado por una pareja homosexual (o fluida) de razas dispares, nacionalidades alejadas y religiones contrapuestas que crean que su idiosincrasia específica no se encuentra reflejada en su novela sobre alienígenas.

No me entiendan mal. No estoy en contra de esas cosas. Pero sí que estoy totalmente en contra de utilizarlas como argumento de venta o, peor aún, como una necesidad de incorporar esas cualidades específicas en una historia si la historia no lo necesita.

Lo más sagrado de una novela es su historia y sus personajes. Y si hay algo que no aporta nada a los personajes o a la historia debe ser cercenado de raíz.

Yo escribo sobre apocalipsis que han salido mal, sobre leyendas que cobran realidad durante Halloween, sobre humanos que obtienen poderes divinos pero sus vidas siguen siendo miserables o, incluso, sobre niños descubriendo razas mitológicas mientras aprenden que el racismo también existe en esas criaturas, porque todo proviene del miedo a lo desconocido.

Si algún personaje “trending” de hoy me ayuda a contar la historia, lo utilizaría, pero si no, como tengo poco conocimiento al respecto, me resulta más fácil utilizar lo que conozco. Y, en todo caso, al igual que los X-Men, Star Trek o similares, todos esos temas también pueden ser tratados alegóricamente con personajes mitológicos.

Pero, en fin, la idea para hoy es que, yo nunca me preocupé por esas cosas y fracasé miserablemente. A lo mejor deberíais centraros más en ellas.

¿Quién sabe?

Y, como siempre, el enlace a mis novelas:

AMAZÓN

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Diario de un perdedor: Sinceridad

Os voy a ser sincero, y este es el primer punto de la lista de cosas a no hacer si quieres triunfar.

Todo esto que estoy escribiendo no deja de ser, en realidad, un nuevo intento desesperado de vender mis novelas. Os lo pondré fácil el ignorarme y pondré los enlaces a mis novelas al final del texto.

En este mercado no se puede ser sincero, a no ser que opines lo mismo que la mayoría de la gente a la que pretendes vender tu producto. Es un ejercicio permanente de equilibrio sobre cuerda sin red de seguridad en el que, como digas algo que al público no le gusta, puedes dar con tus huesos en la arena con total seguridad. Y la gente que pase a tu lado, en lugar de ayudarte, seguramente procurarán darte una patada si te reconocen.

Puede que tengas suerte y opines como la mayoría, lo que hará tu vida y tu trabajo más fácil. Pero como tengas tus propias ideas y el ángulo tangencial de tu opinión te aleje cada vez más del común opinador, ya puedes pensar en el suicidio profesional.

Como estamos hablando de sinceridad, seamos sinceros.

Todo aquel que quiera vender algo se convierte básicamente en un trabajador de la noche que alinea su cuerpo y opinión con el trending topic de esa semana para poder conseguir un cliente. Lo que, curiosamente, se parece mucho a la política últimamente.

Mi caso personal es que aborrezco el trato con el público. No quiero conocer a mis lectores. Prefiero mantenerme en el anonimato y lo único que quiero de ellos es su dinero y la alegría de saber que les ha gustado lo que he escrito. A parte de eso, adoraría ser el Bansky literario. Pero es que yo soy de la vieja escuela. Soy escritor. ¿Qué hace un escritor? Escribe. Y ahí debería terminar su labor. Pero no siempre se obtiene lo que se quiere. Y el mundo de la literatura está tan saturado que, si quieres vender, necesitas hacer algo para llamar la atención y diferenciar tu producto de los miles similares que hay alrededor.

Por lo que mi consejo es que, si eres como yo, no seas sincero. Piensa en lo que quiere oír la gente. Estudia los mercados y lo que está de moda. Qué lee la gente de ahora. Cual es tu mercado. Y moldea tu discurso para ese público. Al fin y al cabo, quieres su dinero, así que dales lo que quieren. Esto no tiene nada que ver con lo que escribes. Ese será otro tema.

Y lo prometido es deuda:

Aquí en enlace a mis libros. Compradlos maldiiiitoooooos:

AMAZÓN

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Diario de un perdedor

“No tengo nada que perder”. Este es el pensamiento que me ha animado a escribir lo que voy a escribir ahora y continuaré escribiendo mientras tenga ganas.

Se trata de una serie de pensamientos que en mi cabeza sonaban con el título: “El suicidio del escritor o lo que nunca deberías hacer si quieres triunfar” y que vienen a resumir mi opinión y mi experiencia como escritor fracasado.

Mucha gente me ha comentado que, hoy día, escribir este tipo de cosas es absurdo, que nadie lo leerá porque lo que ahora se estila son los canales de youtube o tik tok. Y estoy totalmente de acuerdo. Pero esto es un estudio de lo que NO se debe hacer. Así que vamos a ser coherentes. Además, yo no soy youtuber, no lo quiero ser y prefería que utilizaran mi entrepierna como yunque en una acerería antes que tener que ponerme delante de una cámara.

¿Qué podéis esperar de estos escritos?

Eso es sencillo de responder.

Un compendio de experiencias y opiniones propias sobre lo que he hecho para intentar triunfar como escritor y se ha demostrado que no es eficaz. No seáis ingenuos, nadie va a escribir sobre qué es lo que debes hacer para triunfar. Si lo supieran, ya habrían triunfado. Pero pocos harán lo que voy a hacer yo, decirte lo que “no debes hacer” o lo que he hecho y no ha funcionado.

Quién sabe, a lo mejor podéis aprender algo.

También encontraréis rabia, incontinencia, sentido del humor y cualquier cosa alejada de lo políticamente correcto y, ante todo, sinceridad, cruda, basta y directa.

Porque, como ya he dicho al principio, “no tengo nada que perder”, a parte del tiempo.

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Lázaro: Capítulo 21 y ¿último?

Capítulo 21 - 3

Capítulo 21

A estas alturas de la historia, ya habrá apreciado el lector que la vida del joven protagonista no disfrutaba de largos periodos de estabilidad. Y su periplo en la parroquia también iba a llegar a su fin.

Las labores y obligaciones en la iglesia le habían enseñado a escribir y leer de una manera razonablemente adecuada. Había aprendido a sumar y restar con gran habilidad. Si bien, esta lección la había aprendido de motu proprio, ya que el arte del siseo tiene poco futuro si no se calcula bien el límite que se puede alcanzar y no se guardan bien los libros contables.

En el tiempo que estuvo de monaguillo no se puede decir que aprendió latín, pero, como cualquier otro vecino, por mera repetición, su cerebro ya sabía palabra por palabra el desarrollo de cualquier misa. Igualmente, los rezos no eran ya un misterio para él. Su significado todavía era neblinoso a su entender, pero, una vez más, la repetición había sido la madre del éxito en su aprendizaje.

Había llenado tanto su cabeza con liturgias y oraciones que ya no parecía preocuparle el futuro. Y si su cabeza estaba repleta, su estómago no tenía tampoco espacio para queja alguna. Su preocupación porque Dios descubriese su pequeña mentira y desbaratase su tranquilidad y su nuevo estatus disminuía y se desvanecía con el tiempo. Puede que aquella fuera la casa de Dios, pero Lázaro nunca lo vio a Él o muestra ninguna de que hubiese residido allí en tiempos anteriores. ¿Dónde estaba Dios? No lo sabía. Y tampoco le importaba.

No obstante, llegó el día en que limpiando los suelos de la iglesia escuchó lamentos en el interior de la sacristía. Curioso como lo sería cualquiera, anduvo cuidadoso hacia el origen de aquel ruido desconocido, orientando su cabeza y sus orejas para descubrir hacia dónde dirigirse. Como un perro olisqueando un rastro, se encaminó hasta la sacristía. Tras la puerta del despacho del párroco, una voz femenina parecía haber encontrado el lugar donde Dios se escondía, ya que gritaba desaforadamente su nombre y repetía con ahínco que se encontraba “ahí”, “ahí”, “justo ahí”.

Asustado por la idea de que Dios, en verdad, hubiese sido encontrado y estuviese allí para recriminar las mentiras de Lázaro, no se atrevió a entrar. Pero, al fin y al cabo, ver a Dios no era algo que ocurriese todos los días. De manera que la curiosidad pudo más que su miedo y giró la manilla y empujó tímidamente.

Las viejas bisagras de la puerta se quejaron como una bandada de urracas en el ocaso, asustando a los afortunados que habían logrado el divino descubrimiento.

Lázaro se sorprendió al ver a la mujer del alcalde sentada en la mesa del despacho. Al parecer, los gritos de júbilo por tamaño hallazgo eran provocados por ella. Eso resolvía uno de los misterios. El párroco, a juicio de Lázaro siempre, debía de haber escuchado también los gritos de la mujer. Y ante tamaño evento y recogimiento, no había podido evitar el arrodillarse ante la divina figura de Dios y rezarle fervorosamente como haría cualquier buen cristiano.

El por qué Dios había elegido aparecerse bajo las faldas de la mujer del alcalde todavía permanece a día de hoy un misterio en los recuerdos de Lázaro. Pero, como se repetía una y mil veces en las sagradas escrituras, los caminos del señor eran inescrutables. Significase lo que significase “inescrutable”.

Esta aparición milagrosa fue, sin duda, una señal divina. Y por ese motivo el párroco decidió que un testigo de tan magno evento debía ser enviado a estudiar al seminario lo más pronto posible con la mejor carta de recomendación que pudiese escribir. Una tan buena, que no permitiese su rechazo. Y cuanto más rápido fuese, mejor que mejor. No debería perder tiempo despidiéndose de nadie en el pueblo.

Lázaro no lo entendió. ¿De quién se iba a despedir? No obstante, hizo lo que el párroco le dijo.

Hizo su petate con prisa. Agarró los ahorros sisados durante todo ese tiempo más una suma nada despreciable que el propio párroco le dio. Santo hombre. Y tras prometer que guardaría aquella revelación en secreto, porque Dios no quería que nadie fuese pavoneándose de ser el elegido, partió por primera vez en su vida fuera de los límites del pueblo que le vio nacer.

¿FIN?

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Lázaro: Capítulo 20

Capítulo 20 -1Capítulo 20

Cuando Lázaro golpeó la puerta de la vicaría, el propio cura la abrió sorprendido. Pero cuando Lázaro se anunció a sí mismo diciendo “Padre, he escuchado la llamada de Dios”, el párroco tuvo que buscar otra palabra en el diccionario que expresase mejor lo que en ese momento se le pasó por la cabeza. Irónicamente, la expresión que le vino a la cabeza fue: “¿¡Pero qué demonios?!”

Lázaro le explicó con pasión fingida que la noche anterior, durante la terrible tormenta, se encontraba en su cabaña cuando el río creció y le arrastró. Pero rezó fervorosamente a la virgen del pueblo y… todo lo que vino a continuación, ni siquiera un hombre de fe como el párroco, que aceptaba el misterio de la Santísima Trinidad como un hecho tan seguro como el que dos más dos sumaban cuatro, fue capaz de creerse. No obstante, el párroco tuvo, en ese momento, su propia revelación. Que, si bien no era divina, sino más bien, mundana, le venía igual de bien.

Lázaro pasó a ser desde aquel día monaguillo a jornada completa, lo que permitió al cura deshacerse de una parroquiana especialmente molesta que visitaba la iglesia todos los días con la excusa de limpiar la iglesia voluntariamente. Se podría decir que había venido Dios a verle.

Lo que para el párroco fue una bendición, para Lázaro fue un tiro errado. Él creía que el cura le enseñaría a ordenarse. Y con el tiempo, él acabaría siendo el cura de otra iglesia. Así trabajaría solo los fines de semana, la gente le traería comida y las limosnas acabarían en su bolsillo. Por contra, su trabajo de fin de semana se extendió también al resto de la semana. Debía limpiar la iglesia, las dependencias privadas, hacer la compra y la colada, preparar y atender a misa diaria, tantas veces como hiciese falta, reparar el tejado, recolectar leña y cortarla para calentar las dependencias, sacar brillo a la plata – ¡¿cómo era posible que pidiesen dinero a la gente si había tanta plata dentro de la iglesia?! -, quitar el polvo a las estatuas, poner trampas para ratas por todas las esquinas, cultivar, cuidar y recolectar el huerto de detrás de la vicaría y, en su caso, ocuparse también de los funerales y preparaciones mortuorias.

Tras todo ese trabajo, Lázaro entendió por qué a los curas se les llamaba Padre.

Sin embargo, el intercambio no salió del todo desventajoso para él. Bien es cierto que no disponía de un sueldo fijo mensual. Pero disponía de un plato de comida diario y una habitación en el sótano de la sacristía que había servido anteriormente como alacena y que ahora contenía un colchón mucho más cómodo que las hojas secas que utilizaba antes. Adicionalmente, su aspecto mejoró considerablemente. No solo porque sus huesos comenzaron de nuevo a rodearse de algo de carne y grasa, sino porque en ausencia del párroco tenía permitido usar el baño para lavarse. O, por lo menos, así lo entendía Lázaro. Nunca llegó a preguntárselo.

Los hábitos de monaguillo eran mucho más agradables al tacto que las ajadas ropas que usaba. Y el párroco le permitía quedarse con la ropa vieja que a él ya no le servía. En las horas muertas, aprendió a leer. Era obligatorio para poder prepararle bien las hojas de la Santa Biblia para la homilía diaria. Y si el párroco se sentía generoso o aburrido, le dejaba leer durante misa para ponerle a prueba.

La presencia de Lázaro en la iglesia no pasó desapercibida. Las miradas de extrañeza y desaprobación no faltaron. Sin embargo, nadie se atrevió a decir nada. La palabra del cura era la palabra de Dios. En realidad, estoy exagerando. Si el cura quería ocuparse de aquella alma desvalida o, de aquel idiota, según muchas opiniones locales, era problema suyo. Y aunque esto era cierto, el hecho de que una de cada 10 monedas del cepillo de cada misa se extraviase en su camino a la caja parroquial bien podría entenderse como un problema de todos. Pero eso no viene a cuento. Ya dije que el intercambio no llegó a ser desventajoso para Lázaro.

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